UN VINITO

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¿Un vinito? ¿Tinto o blanco?

No vemos con los ojos, vemos con el cerebro.

Los catadores de vinos, para los que no lo sepan, usan un vocabulario muy “especial” para describir el vino que prueban en una cata.

Algunos piensan que este lenguaje parece más asociado a quienes ejercen la actividad de la psicología que lo que podría ser a un profesional del vino: “De complejidad agresiva”, “Con un leve dejo de timidez”, …dicen.

Algo más peculiar es que, este lenguaje, cambia dependiendo del tipo de vino del que se trate, así que usan uno para los vinos tintos y otro diferentes para los blancos.

Muchos se preguntan qué tan objetivo puede ser este lenguaje dado la forma tan individual en que, cada catador, percibe las impresiones sensoriales. Así que, probablemente, lo que para un catador pueda ser un vino “agresivo”, el mismo vino puede ser “tímido” para otro catador. En fin.

Pero veamos a este respecto, lo que ocurrió en una cata de vinos real en el epicentro del mundo de este tipo de eventos, la universidad de Bourdeaux y a la que llegaron un grupo, no solo de 54 catadores profesionales, sino también de algunos neurocientíficos.

Estos últimos se preguntaron “¿Qué pasaría si virtiéramos algunas gotas de tinte inodoro e insípido en algunos vinos blancos, para que se vieran tintos, y se los diéramos a probar a estos catadores profesionales?” y, por otra parte, “¿Cómo describirían los enólogos un vino si tan solo alteráramos su aspecto visual? ¿Detectaría su paladar exquisito el truco o engañaría a sus narices?”

La respuesta es “Engañaría a sus narices”. Al probar los vinos blancos alterados, todos los catadores usaron el lenguaje para describir vinos tintos.

Lo que quiere decir es que la información visual parecía haberse impuesto sobre el resto de sus sentidos, altamente entrenados.

Los científicos se dieron “vuelo” publicando artículos en las revistas especializadas con títulos como “El color de los olores” o “La nariz huele lo que los ojos ven”.

El sentido de la vista no solo interviene simplemente en la percepción de nuestro mundo, sino que la domina, al grado que puede engañar a los demás sentidos pero ¿Por qué? Veamos.

Los mecanismos de la vista parecen fáciles de comprender y, en apariencia, muy exactos. La luz (fotones) penetra en nuestros ojos y es curvada por la cornea, esta estructura llena de fluido donde generalmente se colocan los lentes de contacto. La luz viaja entonces a través del ojo hasta el cristalino, donde se enfoca y choca con la retina, un grupo de neuronas que hay en la parte posterior del ojo. El choque contra estas células nerviosas genera señales eléctricas que se dirigen hacia el interior del cerebro, a través del nervio óptico. El cerebro interpreta la información eléctrica, y entonces, nos hacemos visualmente conscientes.

Todos estos pasos parecen ser sencillos y producirse sin esfuerzo; dan la impresión de ser 100% confiables y capaces de proporcionar una representación exacta de lo que realmente hay en el exterior.

Estamos acostumbrados a concebir nuestra vista en términos de esta alta confiabilidad, pero nada lo que he dicho hasta el momento es cierto.

El proceso es sumamente complejo y pocas veces proporciona una representación totalmente correcta del mundo y, por lo tanto, no es cien por ciento confiable.

Algunos piensan que nuestra visión funciona simplemente como una cámara que simplemente reúne y procesa datos visuales en bruto proporcionados por el mundo exterior. En realidad, experimentamos nuestro entorno visual como una OPINIÓN de lo que cerebro cree que hay afuera.

No es, como creíamos antes, que el cerebro procese informaciones como el color, la textura, el movimiento, la profundidad y la forma en áreas diferenciadas; no es que las estructuras cerebrales le den sentido a estas características y, entonces, obtengamos una percepción visual.

Ahora sabemos que el análisis visual no se da hasta que las señales eléctricas del nervio óptico llegan a la parte posterior del cerebro y, entonces éste, realiza todo un ejercicio perceptivo “duro” en las profundas entrañas cerebrales.

Ahora sabemos que el análisis visual comienza sorprendentemente temprano, justo cuando la luz choca con la retina.

La retina no actúa como un simple receptor de fotones sino que, los patrones eléctricos producidos son procesados rápidamente antes de enviarlos al fondo del cerebro, a nuestro lóbulo occipital.

Los patrones de fotones recibidos son interpretados por las células internas especializadas de la retina y los ordenan en digamos “películas” parciales que luego son enviadas a la parte posterior de la cabeza. Digamos que la retina está llena de diminutos directores cinematográficos (como Scorsese o Zemeckis o Cuarón), así que una película tiene que ver con la imagen (esbozos y contornos) de la información recibida, otra con el movimiento, otra con las sombras. Estas películas se conocen como pistas y puede haber hasta 12 operando simultáneamente en la retina.

Para abreviar, estás películas corren desde el nervio óptico e inundan el tálamo, esta estructura en forma de huevo en el centro de la cabeza que funciona como centro de distribución para la mayoría de los sentidos.

Al salir del tálamo, las películas o pistas enviadas ya procesadas por la retina, terminan viajando en fracciones todavía más pequeñas, por medio de corrientes neurales, que llevan partes de la información original a la corteza visual (lóbulo occipital).

Cada una de las diferentes corrientes fluye hacia regiones específicas y las hay por miles. Cada una de estas regiones está tremendamente especializada. Algunas responden sólo a lineas diagonales, otras al color de una señal, otras sólo a los bordes y otras al movimiento, por decir algunos ejemplos.

Las mil corrientes distintas que desembocan en estas regiones permiten que las características individuales se procesen por separado y, todavía, no sabemos la razón de por qué el cerebro hace esto. Pero el proceso se complica.

En un momento determinado, cuando la información está totalmente fragmentada, el cerebro decide reunirla y las mini fracciones se recombinan, se establece un fondo común, se “establecen conclusiones” y se envía el análisis a centros superiores del cerebro. Lo centros reúnen estos cálculos y los integran en un nivel aun más sofisticado, hasta caer al fin en dos grandes corrientes de información procesada. La “corriente ventral” que reconoce de qué objeto se trata y qué color posee y, la “corriente dorsal”, que reconoce la posición del objeto en el campo visual, si está en movimiento o no. Al re asociarse todas las fracciones de información en un nivel tan sofisticado es entonces que “vemos algo”.

¿Por qué confiamos “ciegamente” en nuestro aparato visual? Porque el cerebro insiste en ayudarnos a crear nuestra propia percepción de la realidad. De manera que el cerebro inventa cosas.

Por ejemplo, muchas personas padecen “alucinaciones”, es decir, ven cosas que no están allí. Se llama síndrome de Charles Bonnet.

Aunque las personas lo padecen, no lo dicen e, incluso, algunos llegan a reconocer que eso que ven no existe. Algunos ven personas desconocidas que de repente aparecen sentadas junto a ellos a la hora de la cena. Se documentó, por el neurólogo Vilayanur Ramachandran, el caso de una mujer que observó maravillada a dos policías diminutos que corrían por el piso conduciendo a un criminal aun más pequeño hasta una camioneta del tamaño de una caja de cerillos. Otros han indicado haber visto ángeles, cabras con abrigos, payasos, cuádrigas romanas y elfos.

Si tenemos la imagen de un camello en el ojo izquierdo y la imagen de un camello en el ojo derecho ¿Por qué no vemos dos camellos y, en su lugar, vemos solo uno? Porque el cerebro interpola la información proveniente de ambos ojos. Hace un millón de cálculos y nos ofrece su mejor conjetura.

Pero ¿Por qué? Porque el cerebro se ve obligado a resolver un problema: Vivimos en un mundo tridimensional pero la luz cae en nuestra retina de manera bidimensional y, para complicarlo más, cada ojo le da al cerebro un campo visual distinto y proyecta sus imágenes boca abajo y hacia atrás. Con todo esto el cerebro se ve forzado a adivinar para darle sentido a lo que vemos.
Y todavía más interesante ¿De dónde saca sus conjeturas el cerebro acerca de lo que vemos? De las experiencias de nuestro pasado.

El cerebro hace todo esto para nuestra supervivencia para que veamos un solo camello cuando “allá afuera” hay un solo camello y no dos (y para ver su profundidad, su forma y tamaño correctos y para saber si nos quiere morder).

El cerebro dedica una buena parte de sus recursos al procesamiento de la vista, es más, constituye cerca de la mitad de lo que hacemos en el día.

Finalizaré con dos reflexiones:

  • Si el proceso visual es realmente complejo y, finalmente, no representa fielmente lo que vemos sino lo que el cerebro concluye sobre lo que él cree que estamos viendo, tengamos cuidado en considerarlo como una fuente totalmente confiable de información para tomar decisiones, cuestionemos lo que vemos; cuando vemos el lenguaje no verbal de las personas solemos llegar a conclusiones que en lugar de ciertas pueden ser cuestionables; decimos “está enojado” y puede que no sea cierto, por dar un ejemplo
  • Se sabe hace más de un siglo que las imágenes y el texto siguen reglas muy distintas en cuanto a la memoria se refiere; cuanto más visual sea la información recibida mayores serán las probabilidades de que sea reconocida y recordada, se llama, efecto de superioridad pictórica; si se es maestro o jefe o líder se vuelve importante usar información visual más que textual

Por último, recordemos que el verdadero peligro no está en lo que se ve, si no en lo que no se ve.

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