HOMÚNCULO

Cuando leo sobre el cerebro humano, no puedo parar de asombrarme.

¿Sabías que dentro de él hay un “homúnculo” u “hombrecito”?

Por supuesto que esto requiere una explicación. El cerebro se divide por la mitad en dos partes conocidas como hemisferios y, cada uno de ellos, tiene 4 regiones separadas conocidas como lóbulos.

Tenemos entonces dos lóbulos frontales, dos parietales, dos temporales y dos occipitales. De manera simple diremos que:

• Los lóbulos frontales se encargan de la acción intencional y de la concentración de nuestra atención; coordinan casi todo el resto de las acciones del cerebro (incluidos la motricidad y el lenguaje)
• Los lóbulos parietales se ocupan de las sensaciones relacionadas con el tacto y las impresiones (percepción sensorial), tareas visuales – espaciales y la orientación del cuerpo
• Los lóbulos temporales procesan sonidos, percepciones, aprendizaje, lenguaje, memoria y el olfato
• Los lóbulos occipitales manejan la información visual

En relación a nuestro “hombrecito” necesitamos hablar de los parietales. Se encuentran ubicados sobre cada uno de nuestros oídos y se extienden hacia el punto medio superior de la cabeza. Procesan lo que sentimos con las manos y el cuerpo, las llamadas percepciones táctiles y somatosensoriales (somato = cuerpo, sensorial = percepción).

Cosas como la presión, la temperatura, la vibración, el dolor, el placer, el contacto con la luz, la discriminación entre dos puntos (es la habilidad de discernir que dos objetos cercanos que tocan la piel sean realmente dos puntos distintos y no uno) y la propiocepción (de la que hablamos antes, saber dónde están las partes del cuerpo sin tener que mirarlas).

Toda la información recibida en los lóbulos parietales proviene de aquella que es captada por nuestros nervios periféricos (esos nervios largos que actúan como cables de comunicación transmitiendo información del cuerpo al cerebro y viceversa), principalmente del mundo exterior y, en menor, grado del mundo interno de nuestro cuerpo.

Los nervios periféricos convergen de diferentes partes del cuerpo (manos, brazos, piernas, dedos, pies, labios, lengua), se conectan a la médula espinal que pasa toda la información al cerebro, a la corteza somatosensorial (lóbulos parietales).

Una piedra en el zapato, un dolor de estómago, una brisa fresca o un masaje relajante, son sensaciones enviadas a nuestros lóbulos parietales que interpretan el tipo de estímulo que están recibiendo, evalúan si es placentero o amenazante y hace que otras regiones, como el lóbulo frontal, intervengan para llevar a cabo el objetivo primario del cerebro: atender a la supervivencia y al mantenimiento del cuerpo.

¿Pero qué tiene que ver todo esto con el “hombrecito”? Ahora voy.

Los lóbulos parietales están organizados en muchas áreas sensoriales, cada una de ellas relacionadas con regiones de experiencia sensorial de nuestro cuerpo.

El área somatosensorial es como un mapa de grupos separados de neuronas corticales ordenadas en regiones sensoriales específicas que se relacionan con distintas partes del cuerpo.

Estas regiones se conocen como zonas de representación. En los seres humanos (y otros mamíferos) la TOTALIDAD de la superficie del cuerpo está delineada o dispuesta a lo largo de la corteza sensorial.

Es como si un pequeño hombrecito (homúnculo) estuviera “dibujado” en la corteza sensorial de nuestros lóbulos parietales.

Lo curioso es que, así como está “mapeado”, el cuerpo del “hombrecito” no se parece en nada a nuestro cuerpo real, ni anatómicamente ni en sus dimensiones.

La zona de la representación de la cara está cerca de las manos y los dedos, por ejemplo. Los pies son vecinos de los genitales y la lengua existe fuera de la zona de la boca, por debajo del mentón.

Hoy, gracias a la investigación, existen dos modelos que nos dan una explicación de esta distorsión.

El primero explica que la corteza sensorial de nuestros parietales es “engañada” por nuestra posición fetal en el útero materno. Nuestros brazos están doblados de manera que tocan la cara y, nuestras piernas encogidas, hacen que nuestros pies entren en contacto con los genitales.

Este contacto activa las neuronas corticales parietales determinando “engañosamente” que estas partes del cuerpo están unas al lado de las otras.

El segundo modelo, explica por qué las áreas sensoriales que representan las partes de nuestro cuerpo se encuentran distorsionadas en sus dimensiones. El “hombrecito” representado en nuestro cerebro tiene una enorme cara con grandes labios, manos también grandes, pulgares inmensos y genitales sobredimensionados ¿Por qué?.

El tamaño de las áreas sensoriales en nuestro cerebro son directamente proporcionales a la cantidad de receptores de sensaciones que tienen las partes de nuestro cuerpo, así tenemos que la boca tiene muchos receptores, que los dedos de las manos tienen más receptores que las piernas y que los genitales tienen una inmensa cantidad de ellos.

Durante la evolución, la aguda sensibilidad de nuestros labios, lengua, manos y órganos sexuales ha sido crucial para nuestra supervivencia.

Se mapean regiones más grandes en la corteza sensorial de nuestros lóbulos parietales de cada una de las partes de nuestro cuerpo, no por el tamaño de esa parte, sino por su sensibilidad. Más sensibilidad más área sensorial.

Interesante ¿No?

Somos una máquina sensitiva.

Lo interesante es que a pesar de ello, no tenemos los mecanismos para reproducir la realidad tal cual es; no percibimos el espectro de la realidad en su totalidad, aunque muchos creamos que sí y que somos poseedores de la verdad absoluta. Nuestras principales limitantes son neurológicas y anatómicas.

No olvidemos que por más corteza sensorial que tengamos, terminamos poniendo atención en aquello que nos contamos, por tal motivo, solo “vemos” conscientemente aquello que estamos programados para ver.

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