¡VENGO CON TODA LA ACTITUD!

Recientemente fui requerido para dar una conferencia para un grupo numeroso de personas de una empresa que es cliente de nuestros servicios de consultoría.

La persona responsable de organizar la logística de esta sesión virtual platicó conmigo unos minutos antes de comenzar y al preguntarle que cómo estaba, con gran entusiasmo respondió «¡Vengo con toda la actitud!». Estaba llena de energía pues habían tenido un evento de «arranque» de año en su empresa.

Cuando me dijo esto le dije «¡Qué bueno que vienes con toda la actitud! Pero ¿Cómo es ésta? ¿Positiva o negativa?», ella se quedó estupefacta.

Solemos dar a esta expresión el carácter de positivo y eso está bien. Mi reflexión con esta persona y, ahora con ustedes, es que nuestra actitud siempre está frente a cualquiera de las circunstancias que vivimos a diario. Lo importante es saber de qué tipo es ella.

Para esto necesitamos saber qué es la actitud. Es una pregunta que he hecho a varias personas y, normalmente, no saben qué responder.

Para conocer la anatomía de la actitud, valdría la pena comprender que son las neuronas y sus componentes, cómo ocurre la sinápsis entre ellas, cómo los iones de sodio y potasio en la membrana celular de una neurona cambian la polaridad de la misma iniciando un potencial de acción, cómo está compuesto el sistema nervioso (cerebro y espina o sistema nervioso central, sistema nervioso periférico, sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático), etc., sin embargo, me ahorraré todo eso.

Una actitud es un racimo o manojo de pensamientos que al tenerlos activan ciertas células nerviosas del cerebro que, a su vez, hacen que se generen ciertos neurotransmisores para hacernos sentir y actuar de una manera determinada. Eso es todo.

Si entendemos esto, comprenderemos cómo es que frente a una misma tarea podemos tener diferente actitudes.

Imagina que al levantarte en la mañana e ir a la cocina encuentras el fregadero lleno de platos de la cena de la noche anterior, mientras observas esto estás pensando «Qué bien dormí, qué buena velada la de anoche, el vino y la pasta estuvieron excelentes y la convivencia con amigos fue inmejorable, la charla deliciosa, sin duda un gran momento…¡Wow! Qué increíblemente azul se encuentra el cielo esta mañana». Con estos pensamientos la actitud frente a esta tarea será probablemente muy positiva y te impulsará a hacer la tarea de lavar los platos alegremente.

Ahora imagina que por la noche de ese mismo día de nuevo encuentras el fregadero lleno de platos. Mientras te dispones a lavarlos estás pensando «No puedo entender cómo ella tuvo que sacar este tema de nuevo, pensé que ya lo habíamos resuelto pero sigue insistiendo en lo mismo y es muy molesto ¿Qué? ¿Cómo es que esa luz de la calle está parpadeando? ¿Hasta cuándo harán algo los de servicios municipales? ¡Estoy harto! Mejor me voy a la cama». Estos otros pensamientos modifican tu actitud aunque se trate de la misma tarea.

En mi trabajo con empresas es frecuente la solicitud de que les ayudemos a mejorar la actitud de sus empleados.

Mientras no entendamos qué es la actitud difícilmente podríamos mejorarla. Como he mencionado la actitud son ciertas formas de sentir y actuar frente a una circunstancia y estas formas provienen de los neurotransmisores disparados en mi cerebro originados por un conjunto de pensamientos.

De ahí la importancia de estar consciente de ellos, controlarlos y modificarlos.

En ocasiones pensamos que la actitud es cuestión de tenerla y ya; «No entiendo cómo es que no puedes tener una buena actitud si es tan fácil como cambiar y ya» escuché decir a un gerente a uno de sus colaboradores.

La actitud es en realidad la consecuencia de una selección deliberada y cuidadosa de nuestros pensamientos; estos producirán los neurotransmisores necesarios y, entonces ¡Ya está! Nuestra manera de sentir y actuar será la indicada para enfrentar tal o cual circunstancia.

Sé que algunos autores sostienen que no podemos seleccionar nuestros pensamientos, que ellos simplemente llegan. Aún así, aunque simplemente aparezcan de manera involuntaria, siempre podemos observarlos y cuestionarlos y, entonces, esperar a que aparezcan otros para mejorar nuestra actitud.

Elegidos o involuntarios son los pensamientos los que originan como consecuencia nuestra actitud frente a tareas, metas y diversas circunstancias.

No hay escapatoria siempre vienes «con toda la actitud», solo vigila que ésta sea la productiva ¿Cómo?¡Cuidando lo que piensas!

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