VALOR AGREGADO

Hace ya muchos años yo era coordinador de RH en una empresa de tecnologías de información. A nuestras filas se unió un joven de 27 años con el que trabé una gran amistad. Yo tenía entonces 33.

Con el paso de los meses y pocos años, este joven fue ascendiendo a puestos de mayor responsabilidad y literalmente los gerentes de diferentes áreas, se peleaban por él.

En una ocasión lo abordé para preguntarle cuál era su receta, como conseguía cada año una promoción y, por supuesto, una mejor paga por su trabajo, su respuesta fue muy simple «Doy valor agregado». Él se enfocaba todo el tiempo en generar valor, no se limitaba a hacer el trabajo de su puesto, sino a superar expectativas constantemente.

Es de entenderse que él se volvió en alguien tremendamente exitoso. Su clave, el valor agregado.

Por otra parte, dando consultoría a una gran empresa en el año 2014, dando seguimiento a una serie de tareas a diferentes personas, me topé con una mujer que me pidió un tiempo para trabajar con ella en la solución de una circunstancia que estaba enfrentando con enorme frustración.

Me platicó su enojo y resentimiento pues el gerente del área para la que ella trabajaba y quien era su jefe, había dejado la empresa y habían traído en su lugar a una persona «de fuera». Ella lamentaba esto preguntándose cómo es que la organización habían optado por alguien del mercado laboral en lugar de promoverla a ella para ocupar el puesto.

Mi trabajo se centró en reflexionar sobre los dos roles, de lo que he hablado anteriormente, el de la víctima y el del protagonista. Le pregunté, desde lo que me había contado, cuál era el rol que estaba tomando. Segundos después me dijo con claridad ¡El de la víctima!

La víctima se centra en lamentos, se resiente y culpa (a la empresa, a la pareja, al jefe, etc.), mientras que el protagonista se pregunta ¿Qué estoy haciendo o dejando de hacer que me tiene en esta situación?

Le pedí que cambiara de «cachucha», que dejara a la víctima que estaba siendo y que abrazara el protagonismo y, ahora sí, desde esta perspectiva, hiciera un análisis de lo que estaba haciendo o lo que faltaba por hacer que podría aumentar su probabilidad de lograr una promoción la próxima vez.

Y dijo: «Entiendo que me falta más experiencia y aplicarme en obtenerla, no he invertido tiempo en mi desarrollo y preparación como podría ser el estudio de un posgrado, no tengo un buen manejo del idioma inglés y solo me estoy quejando, en resumen, no estoy generando valor». Y con estusiasmo tomó la decisión de poner «manos a la obra».

Estas experiencias me han enseñado que, aunque hay factores que no están bajo mi control, el generar un valor agregado para mejorar mis oportunidades de crecimiento, depende de mí.

Esto no sólo funciona para la vida laboral.

¿Cómo podemos generar valor en nuestra relación de pareja o en mi grupo social o en mi comunidad? Por ejemplo.

Todavía recuerdo, cuando éramos niños y hacíamos equipos para jugar futbol, cómo los «capitanes» iban seleccionando uno por uno, por turnos, a los jugadores de su equipo. Al final íbamos quedando «los malitos» o los menos buenos pues. Los primeros seleccionados eran los que más valor aportaban al juego.

¿Quieres ser elegido? ¡Agrega valor!

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