Recordé a Oscar Pulido, aquel actor comediante de la época de oro del cine mexicano. En alguna película con Pedro Infante, hacía de doctor y tenía una manera diferente de decir los típicos refranes y nadie le entendía. Un par de ejemplos:
«No derrames demasiado producto lácteo sobre tus cilindroides de nixtamal» y, como no le entendían, terminaba por traducir diciendo «¡Sí hombre! ¡Que no le pongas tanta crema a tus tacos!».
«Si digo que el pollino es de color grisáceo es porque tengo sus vellos capilares en mi diestra» y, de nuevo, a traducir «Si digo que el burro es pardo es porque tengo los pelos en la mano».
Ya en serio; el recuerdo me llevó a reflexionar, que aunque yo digo lo que digo y tú escuchas lo que escuchas, aunque el fondo de un mensaje puede ser el mismo, las palabras que elegimos son importantes.
Ya lo dijo Miguel Ángel Ruiz, en su libro «Los 4 acuerdos», «Sé impecable con tus palabras».
Ayer mi hijo me escuchó decir una frase que inicié con el típico «Con todo respeto…» y externé una opinión de forma poco apropiada a lo que él respondió «Eso no fue muy respetuoso pa». Me quedé pensando que sin importar mi molestia, es importante, expresar mi opinión de manera productiva.
No en vano una de las competencias emocionales que recomiendan los expertos es la expresión íntegra (de acuerdo a mis valores y objetivos).
Aristóteles (citado por Daniel Goleman en su libro «Inteligencia Emocional») escribió en su «Ética a Nicómaco» (hijo del filósofo): «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno. Con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo».
Aquel comediante francés, Pierre Despogres, con su humor negro decía «Una palabra a tiempo puede matar o humillar sin que uno se manche las manos. Una de las grandes alegrías de la vida es humillar a nuestros semejantes».
Cuidado con los arrebatos emocionales, pueden llevarnos a decir cosas con palabras poco productivas.
Abrazo,
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