¡AHÍ ESTABA!

Como ya saben, me dedico a la consultoría y al coaching.

Este último me ha dado la oportunidad de ir «a lo profundo» de mis coachees, a desafiar su lenguaje, a analizar sus cuentos y creencias, a determinar lo que «los sujeta» para alcanzar sus metas.

Esta práctica me ha dado muchísimas experiencias reveladoras. Cuando se es coach, al menos en mis vivencias, «el maestro» también sale transformado. Ese ha sido mi caso.

Recientemente, un directivo de una empresa que ha sido mi cliente, me pidió, de manera personal, que iniciara un proceso de coaching para uno de sus hijos, un joven de apenas 20 años de edad.

Por otra parte, recientemente, por solicitud de otro de mis clientes, he estado dando una serie de conferencias virtuales para sus clientes y proveedores. Uno de los temas que abordamos es el de la automotivación.

En esa ocasión me permití referirme a «Emmy». Ella es una lemming (un roedor). Aparece como el personaje central de un libro, una fábula de aprendizaje de David Hutchens, llamada «El dilema de los Lemmings» (existe un mito, porque no ha sido comprobado científicamente, que dice que los lemmings, una vez alcanzada la sobrepoblación de su manada, se suicidan en masa, arrojándose por acantilados).

En la comunidad de Emmy, según nos relata Hutchens en esta fábula, existían, por un lado, el grupo de «viejos» que quería mantener la tradición de «saltar» y, por otro lado, un grupo de jóvenes lemmings disidentes que, en oposición, deseaban terminar con tan aborrecible práctica.

Emmy estaba confundida, no es que estuviera a favor o en contra, simplemente no encontraba una respuesta clara a la pregunta «¿Para qué?». Cuando preguntaba esto tanto a viejos como a disidentes, no había una respuesta. No había un propósito (para saltar o no saltar).

En esta misma conferencia, me permití referirme a la historia de este psiquiatra y terapeuta austriaco, nacido en 1905, Viktor Frankl. Entre 1942 y 1945, Frankl fue apresado y vivió una terrible experiencia en un par de campos de concentración Nazi.

Él se preguntaba cuál era el motivo por el que algunos habitantes de estos campos decidían acabar con este terrible sufrimiento mediante el suicidio y, por otra parte, cuál era la razón por la que otros pudieron sobrevivir hasta el final al terminar la guerra. Dicho de manera simple, Frankl encontró que la diferencia era el tener un sentido de vida, un propósito, una razón de ser.

El tener claridad sobre nuestro propósito fundamental de existencia (por escrito), nos puede mantener auto motivados para seguir adelante y alcanzar nuestras metas y concretar proyectos e, incluso en términos extremos, puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

Regresando a mi joven coachee, puedo decirles que hace unos días tuvimos una gran experiencia. La primer tarea que le dejé fue hacer una profunda reflexión para encontrar su Ikigai (término japonés usado para decir «razón de ser»).

En nuestra última sesión, este maravilloso joven, fue capaz de verbalizar de manera muy concreta y breve, la razón de ser de su vida.

Lo interesante es que este propósito NO se inventa, sino que se descubre, así que él simplemente dijo «¡Ahí estaba! ¡Siempre ha estado ahí!»

Somos pensamiento (lenguaje), emoción y cuerpo. Cuando uno de estos tres cambia, los otros dos reaccionan. Cuando mi coachee verbalizó su propósito de vida recién descubierto, pude observar un cambio en su emocionalidad y su corporalidad (su postura cambió).

Al preguntarle que me dijera su emoción en ese momento, pudo registrar dos muy contundentemente: Felicidad y entusiasmo.

Me alegré mucho junto con él.

Su siguiente tarea, con su Ikigai en mente, será definir la forma de reafirmarlo durante todos los días de su vida, a través de la determinación de metas concretas personales, familiares, profesionales, financieras, etc.

«Viviendo con propósito (Ikigai) y dirigiendo con visión (metas)» son las dos protohabilidades (primeras habilidades) que todo ser humano que quiera una vida productiva, necesita desarrollar.

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