
Como dicen «Las palabras convencen pero el ejemplo arrastra».
Fui a tomar un café con mi hijo, que ha cumplido recientemente los 17 años.
La plática con ellos (mi hija y mi hijo) siempre me resulta estimulante. Traen «a la mesa» temas interesantes (políticos, sociales, tendencias, históricos, etc.), argumentan para aclarar sus puntos de vista, hacen preguntas retadoras, me dejan reflexiones, etc.
Los dos tienen el buen hábito de la lectura (creo que su buen nivel de conversación tiene que ver con eso). Este verano, mi hijo ha leído entre 5 y 6 libros: «El príncipe» de Maquiavelo, «Un mundo feliz» de Aldous Huxley, «Rebelión en la granja» y «1984» de George Orwell, «Así habló Zaratustra» de Frederick Nietzsche, …
Adoro a mis hijos, pero no se trata de jactarme de su inteligencia y sus buenos hábitos, mi reflexión va por el tema del ejemplo.
Mi papá ha sido un ávido lector y, aunque jamás me pidió que leyera, seguí su ejemplo y también lo soy.
La pregunta es ¿Qué otros ejemplos les he dado? Muchos de nuestros programas o creencias a nivel mental, son creados, no sólo por los mensajes verbales repetidos, sino también por los no verbales ¡Ufff!
A veces nuestras palabras dicen cosas que no son consistentes con nuestras acciones y pareciera que éstas son mucho más poderosas: Los ejemplos que damos tienen mayor impacto.
Esto no solo aplica a nuestras relaciones con nuestros hijos, sino también con amigos, colegas, colaboradores, etc.
Peter Senge, autor de «La quinta disciplina» dice «Si alguien te dice que está viviendo consistentemente el 100% del tiempo de acuerdo a sus valores, te está mintiendo». Todos tenemos contradicciones. Ese no es el problema, sino que hagamos de éstas, algo no discutible.
Tengamos pues conciencia de la importancia que tiene la diferencia entre nuestras palabras (la teoría manifiesta) y nuestras acciones (la teoría en uso). El ejemplo tiene un peso considerable.
Abrazo.
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