
Ayer tuve gratísima tarde – noche con dos agradabilísimos amigos. Son marido y mujer. Él mi amigo y compañero de maestría, lo conozco desde el 2002 y a ella, igual, la conocí en ese año, como compañera de vida de mi amigo. Son unos tipazos y, aún mejor, tienen dos hijos que son seres maravillosos.
Y, aprovechando la vuelta a la convivencia con ellos, acá por Querétaro, ya de regreso de la comida y su respectiva «sobremesa», quiero reflexionar sobre lo ocurrido a mi regreso.
Muy cerca de su casa se encuentra un libramiento en el que, al manejar, casi fui embestido por vehículos a toda velocidad.
Mi pregunta fue «¿Por qué la prisa?» No estoy muy seguro, pero creo que no todos los conductores o familias pasajeras de dichos vehículos tenían alguna emergencia como para llegar a «alguna parte».
Puedo entender que si hay una cuestión de vida o muerte, vayas tan aprisa pero, qué pasa cuando voy a casa o voy a visitar a alguien o cuando voy cualquier día al trabajo ¿Hay tal emergencia?
Aprisa, aprisa, aprisa, todo el tiempo.
Eso es en el tráfico pero ¿Y en la vida? Parece serlo también, aprisa, aprisa, aprisa.
Hemos perdido la virtud de la paciencia; no sabemos esperar; la tecnología ha contribuido, ahora tenemos el streaming que nos da música, películas y muchas otras cosas más, al instante.
Ahora todo es inmediato.
No creo que haya problema en temas como música, videos y demás.
Pero en muchos otros temas, la prisa no aplica. El embarazo tiene un tiempo, las cosechas tienen su tiempo…en fin hay ciclos que requieren tiempo.
Los hijos tienen su tiempo, las relaciones tienen su tiempo, las pérdidas tienen su tiempo.
Stephen Covey habla de «La ley de la cosecha». La cosecha que es el resultado, requiere tiempo de otras actividades previas, preparar la tierra, sembrar la semilla, regar, fertilizar y, al tiempo, vendrá el resultado.
Aprender a esperar es una habilidad que se adquiere cuando se comprende que los resultados llevan tiempo.
Abrazo,
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