
Dicen que San Agustín dijo «Dios, ayúdame no a ser más perfecto, sino a ser más completo».
Voy a confesarles algo, hace muchos años, cuando fui miembro de un grupo de crecimiento en mi maestría de desarrollo humano, descubrí, con mucho dolor y, al mismo tiempo, con mucho entusiasmo, algo que me provocaba no estar viviendo de manera mucho más productiva.
Aprendí de alguna manera en casa que, para no tener problemas con el otro, había que ser «bueno». De manera subconsciente, esta creencia se alojó en mi mente. Y, entonces, fui bueno en cualquier circunstancia y, lo interesante, es que funcionó. Claro, para un niño sin los recursos necesarios para poner límites, el ser bueno se convirtió en el mecanismo de defensa que me libró de problemas interpersonales.
Los problemas comenzaron en mi vida adulta, pues mi creencia de ser bueno, empezó a causarme dolor. El territorio había cambiado (era un hombre adulto y ya no un niño indefenso), pero el mapa seguía siendo el mismo. ¡Sé bueno! me gritaba mi mente subconsciente.
En situaciones complicadas en mi relación de pareja, en mis relaciones laborales y con demás personas, el ser bueno todo el tiempo, ya no funcionaba.
Alguien me dijo «Juan Carlos, bueno entre los buenos y cabrón entre los cabrones» (Dicen que lo dijo Confucio, pero seguro no con estas palabras). El consejo fue brillante.
Lo primero que pensé fue «Debo dejar de ser bueno y empezar a ser rudo», pero no, el mensaje no era ese sino «Sé bueno cuando toque y sé rudo cuando toque».
La conclusión es: Los comportamientos no son buenos ni malos, sino que resultan apropiados cuando se aplican en la situación correcta e inapropiados cuando se usan en donde no corresponde.
Ser más completo, no más perfecto.
Si ya sabía ser bueno, debía aprender a ser rudo (poner límites) y, entonces, aplicar cada comportamiento en la situación apropiada.
Abrazo
Deja una respuesta